“Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los hombres, que Dios ama” es una alabanza a Dios proclamada por el ejército celestial que se une al ángel que había anunciado a los pastores la buena noticia de que, en Belén, la ciudad de David, había nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Pero la señal del acontecimiento es desconcertante: “encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (cf. Lc 2,8-14). La señal es de pobreza y de sencillez.

Dios nos ama, en efecto. Él se adelanta a amarnos. Y su deseo es que tengamos paz en todo lo que afecta a nuestra persona: paz interior, paz familiar, paz en nuestras relaciones. Un deseo de paz que también tiene una dimensión pública y política: que la tierra viva en paz, que se cumpla la profecía de Isaías de que de las lanzas se forjarán podaderas y ninguna nación se levantará contra otra, ni se ejercitarán más en la guerra (cf. Is 2,4).

Sin embargo, la tozuda realidad de nuestros tiempos nos manifiesta cuán difícil es ver realizada esa profecía. Las guerras en curso y cercanas a nosotros, como las que se desarrollan en Ucrania y en la Tierra Santa que recorrió Jesús, el Señor, pueden llevarnos a pensar que el pecado de la violencia anida en nosotros, y se ha enquistado. La propuesta de la Iglesia en el medievo fue la Paz y Tregua de Dios, que propugnaba la paz social y la limitación de la violencia de las guerras. Propuesta que sigue hoy en labios de Francisco, sucesor de Pedro.

El nacimiento de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, que estos días celebramos llenos de esperanza, nos devuelve el anhelo de la paz y nos reafirma en la esperanza de que otro mundo mejor es posible, un mundo fundamentado en la justicia y en el derecho. Sin el regalo que Dios nos ha hecho en la persona de Jesús de Nazaret, Mesías y Señor nuestro, el mundo se vería abocado al dolor y al desaliento. Por eso confiamos y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, porque “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado… y se llamará… Príncipe de Paz” (cf. Is 9,6).

El día 10 de este mes de diciembre hemos celebrado el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos firmada en París el año 1948. A pesar de la constatación de que no siempre son respetados, esta declaración es un clamor que nos llena de esperanza porque es un paso que actualiza lo que leemos en el salmo: “La justicia y la paz se besan… la justicia mira desde el cielo” (Sl 85,11-12).

Navidad es paz, Navidad es esperanza. El Movimiento de Trabajadores Cristianos de Europa se siente reconfortado por la propuesta salvadora que Dios nos hace a través de Jesucristo, nacido en la sencillez del pesebre, pobre entre los pobres. A nosotros nos toca hacer presente a Jesús en nuestro entorno, en nuestros puestos de trabajo, en nuestras familias para que, con su fuerza y nuestro seguimiento fiel de sus pasos, merezcamos ser llamados bienaventurados poque trabajamos por la paz, porque somos factores de esperanza allí donde estamos. Que Dios os bendiga a vosotros, a vuestras familias y a vuestros movimientos.

 

 

Olinda Marques - Karl Brunner - Sonja Schöpfer - Jimenez Montejo Josep - Armin Hürner